De madres a
hijos
Y así fue que le
pregunté:
-
¿Por qué me tuviste si sabías que
algún día ibas a dejar de ser feliz?
En ese momento, la
que hasta ayer había sido la gran diva del mundo, se levantó sin miedo a que la
vieran sin su acostumbrado look de mujer fatal.
-
Te tuve porque solo quería ver a
un ser realmente puro y lleno de amor
-
Pero eso no fue así – Le dije con mucha bronca – Siempre a tu
sombra y a la espera de un poco de atención.
-
Pero mi vida – dijo mientras acariciaba mi cara y no
disimulaba sus lágrimas – Es esa la razón por la que dejé todo. Quiero ser
solo un recuerdo para que vos seas una realidad.
No comprendía que
yo quería a esa Diva, que todo el mundo que se me abría ante mis pies era
gracias a los pasos que previamente dio. Salí de su casa, no sin antes darle un
cálido abrazo y me dirigí por la calle más oscura, la que podía mantenerme
alejada de tantas guardias periodísticas y, por supuesto, el camino que jamás
elegirían sus fanáticos. Que con velas y flores que mareaban por su aroma, trataban
de volverla a su vida de Show.
Esa no era mi
madre, en cierto modo, me sentí culpable de su reclusión obligada. Nunca pude
demostrar mi amor pues, siempre estábamos rodeados de un ejército de asistentes
y secretarios que hacían su vida exterior más fácil. Nunca pude decirle que era
una mujer increíble por todo lo que me había dado.
Se que soy egoísta,
lo pude ver en sus lágrimas y en sus interminables tazas de café que se
enfriaban mientras comenzaba a inventar recetas que mucho distaban de comidas
decentes. Caminé unas cuantas cuadras mirando sin cesar mi teléfono celular,
esperé en vano una llamada pero, mi orgullo no me permitía dar el primer paso.
Al llegar a mi casa
me senté sola en la cocina, mi hijo y mi marido estaban en silencio y no
querían perturbar mi momento de reflexión. Ellos creían también que, el no
emitir palabras era sinónimo a necesitar espacio y pensar.
-
Hoy llamaron de tres radios
diferentes, pero no quise decir nada de lo que estaba pasando – se animó a murmurar mi marido mientras tomaba
en brazos a mi hijo para llevarlo a dormir.
-
Bien – Solo contesté fingiendo que nada de lo que me decía importaba
Mi marido se alejó y llevó a mi hijo a su
cuarto. Y ahí estaba yo, envuelta en mi mundo, amante del anonimato, solo atiné
a acercarme al espejo y me espantó ver el parecido que tenía a mi madre, sus
mismos ojos, su misma boca y hasta su mismo porte. Sentí vergüenza de mi misma,
la que ella nunca se atrevería a confesar ante el mundo. En ese momento sonó el
teléfono pero no di ni un paso, temía que fuera algún periodista o alguno de
sus ex asistentes. Mi marido corrió para evitarme un disgusto y atendió.
-
Claro, está acá, si, llegó bien.
Marquitos – nombre de nuestro hijo – Ya
está en la cama, estaba muy cansado. Hoy tuvo su primer día en el colegio y por
lo que me dijo, le tocó una maestra muy exigente – rió y esperó una respuesta del otro lado – Claro que recibió su
regalo. Estaba más feliz que nunca pero, preguntó por qué su abue no lo
acompañó. Sabe que él es muy apegado a usted y a sus historias. – nuevamente la pausa en la conversación que
me llenó de ira – Si, quédese tranquila, voy a decirle que en la semana va
a venir a verlo y a contarle un cuento de su libro favorito, sabe mi querida
suegra que usted es siempre bien recibida en nuestro hogar. Buenas noches y
tranquila que todo acá está en orden – colgó
el teléfono y volvió a la cocina a preparar mi té especial que tanto reparaba
mi cansancio, pero no emitió ninguna palabra.
Mientras oía el
ruido de las tazas y del agua que comenzaba a hervir, me remonté a esos días de
gloria, recordé la foto de mi primer día en el Kinder, salió en primera plana de la revista de sociales. Cronistas
nos perseguían y mi madre, con su habitual simpatía solo repetía:
-
Este es el día más importante en
la vida de mi amada hija, ya está comenzando a conocer el mundo
¿Qué mundo? Si
estaba entrando al más exclusivo de todos los colegios de la zona y había
llegado en su auto de alta gama conducido por su fiel y adorable chofer. Me
sentí tan molesta que golpeé con fuerza la mesa.
-
¿Tuviste un mal día? – Preguntó mi marido mientras se acercaba con
dos tazas de te
-
Lo mismo de siempre, cansador,
mucho trabajo, buscando ropa adecuada para el evento de la semana que viene.
-
Marquitos preguntó mucho por vos
-
El nene debe saber que si yo lo
llevaba iba a arruinar su recuerdo para toda la vida, seguramente, hubiéramos
sido interceptados por algún fotógrafo, alguna cámara. Decime la verdad – lo increpé – El colegio estaba lleno de
ellos.
-
No
-
Eso es imposible, quiero que seas
sincero y no me mientas para ser condescendiente con ella.
-
Para nada
-
Entonces ¿Nadie estuvo ahí
esperándome?
-
No existía razón para eso, nadie
sabe de nuestras vidas. Tu madre es la estrella, nosotros somos solo dos
personas que nos alejamos de esa vida.
-
¿Nadie? – dije con cierta desilusión – ¿Marquitos no te preguntó qué pasaba?
-
Me preguntó por vos y luego me
pidió que lo lleve a la casa de su abuela pero, seguí tus órdenes al pie de la
letra. – con temor en su voz siguió su
charla –Ella lo extraña
Fingí no escucharlo
y me sumergí en mis pensamientos y en mi taza de té, ya sus palabras no
llegaban a mis oídos y nuevamente el silencio se apoderó de todo lo que me
rodeaba. Tomé un libro de recortes que habíamos armado con mi madre hace
exactamente treinta años. Ahí estaban las fotos, los diarios, revistas y todo
lo referente a mi vida, desde el primer día en que ella anunciaba al mundo que
estaba en camino. Traté de contener mis lágrimas, ahí estaba mi vida y sin ella
y sin sus luces del mundo del espectáculo se había esfumado.
En ese momento me
di cuenta de todo. Ella abandonó ese mundo para condenarme a la más tremenda de
todas las cosas que podrían pasarme, me envió al mundo de la invisibilidad. Me
levanté de la mesa y me dirigí a mi habitación. Mientras me preparaba para
dormir me peiné frente al espejo y volví a odiar cada pequeño detalle que me
recordaba a mi madre. No puedo perdonar que ahora esté ahí sola, sin nada que
brille a su alrededor, que viva de esos ahorros que destinó para el día de su
ansiado retiro. Recordé como esa Diva se volvía un ser grotesco cada noche
cuando dejaba su máscara de mujer famosa de lado, la misma que me venía a
buscar y me llevaba de la mano a la cama y se sentaba a ver como rezaba el
“Angel de la Guarda” y no apagaba la luz hasta que me dormía. Recordé ese beso
en la frente de cada noche y sus palabras que se repetían cada día:
-
Dormite feliz mi amada hija,
siempre voy a estar para vos, aún en esos días en que no me veas o finjas no
hacerlo.
Mentiras y más
mentiras. Yo no quería y no quiero a ese ser, necesito a la diva que me obligue
a ser la chica rebelde de la sociedad. Ya no había razones para huir, yo era
nadie, tan solo existía en esas fiestas de sociedad a las que acudía tan solo
por ser la mujer de un hombre de tantos apellidos ilustres. Esta es la vida que
quedó en mí, este es su legado. Me fui a dormir, con cierta tranquilidad;
nuevamente, la forcé a ser la Diva y dejar su papel de madre abnegada, quiero
ser nuevamente la hija de la mujer que todos adoraban. Se que voy a lograrlo,
lo haré por mí, por mi hijo, mi marido. Para que podamos tener una vida
tranquila.
Cuando fingí que
estaba dormida para evitar alguna conversación inútil sentí a mi marido
acercarse silenciosamente hasta mí y tomar un libro que hojeaba sin parar, pude
escuchar un leve suspiro.
-
Dormite feliz mi amada, siempre
voy a estar para vos, aún en esos días en que no me veas o finjas no hacerlo.
0 Response to "Memorias de una rebelde sin luces"
Publicar un comentario