Los Reyes de las Ideas

Los Reyes de las Ideas

Intentando comprender el mundo de las ideas en vano me acerqué al viejo auditorio pues, contrario a lo que hubiera creído, Marx y Nietzsche, como se suele hacer en el barrio, se trenzaron en feroz pelea de puños. Sus libros apilados en una esquina junto con sus sacos y otras pertenencias y nada de palabras.

Ambos ya estaban cansados de sus largos discursos ante mudos espectadores. Es así, que decidieron que ya era hora de pelear por lograr ser el hombre más criticado y, me atrevería a decir, más odiado de la historia.

Marx, un hombre con una fuerte experiencia en discutir con cuanto ser se le cruzara y acusarlo de escoria vil del capitalismo burgués, se preparó y puso en práctica viejas formas de lucha persa con algún que otro toque de la vieja cultura oriental:

-  Soy sin dudas el hombre al que todos critican, incluso mis seguidores se han puesto toda clase de epítetos que van desde la ortodoxia hasta la crítica constructiva. Incluso, escuché a un pobre diablo decir que me había equivocado, pues la lucha de los proletarios nunca se dio… ¡Pobre tipo! Olvidó en su fugaz y efímera crítica que en mi época los proletarios aún existían y que hoy todo ha cambiado… soy un Genio, pero nunca he sido un adivino. Por lo tanto, hoy ante todos ustedes me corono como el mayor malhechor de la historia o prehistoria de la humanidad.

Nietzsche, mientras intentaba torpemente, tirar puños al aire y dar saltitos cual boxeador en un ring, soplaba su amplio bigote y ofuscado ante las palabras de su contrincante le espetó sin pelos en la lengua;

-  Ingenuo, no amigo mío, ¿intentas decir que eres el hombre más odiado porque defendías a los buenos proletarios y te peleaste con algún que otro filósofo? Permítanme que me ría a carcajadas. ¿Qué dirá el mundo y sus vecinos ante el hombre que sin temer el arrebato de las moralinas ha dicho que Dios ha muerto?

- Sin dudas, señor filósofo – ironizó Marx – Usted necesitó matar a Dios, pero yo mi querido pensador de pacotilla, he creado una ciencia que dice que Dios no existe y quien se arrogue mi pensamiento debe practicar el ateísmo más cruel jamás planteado.

¡Ay filosofía de cafés londinenses! Usted no cree en él y dice que insta a sus seguidores a negar cualquier posibilidad de un Dios. Pero yo – mientras se golpea el pecho con orgullo – Yo digo, Dios ha muerto pues el hombre lo ha matado. Soy un asesino, soy el ser más odiado y criticado. De hecho, hasta me han acusado de ser quien influenciara junto con mi querido Wagner al mismísimo Hitler. A ver, dígame ahora ¿qué tiene usted contra eso?

Marx corrió con fuerza y furia inusitadas hasta Nietzsche y le dio un certero golpe que hizo tambalear al hombre del gran bigote y mientras hacía esto, Federico se colgó de su larga barba y la pelea estaba ya en su punto más álgido. De hecho, algunos hasta se animaban a apostar por alguno de los contendientes.

Lamentablemente para Nietzsche, Marx llevaba la delantera en la corredera de apuestas, ya que mientras uno se había retirado de la sociedad misma para explayarse en sus ideas, el otro tenía gran experiencia en charlas y debates en los más diversos auditorios.

Engels gritaba:

-  Vamos Carlos, vos podés, recordá esa patada certera que diste en el corazón de la misma burguesía.

Lamentablemente, nadie gritaba alentando a Federico lo que, al contrario de amedrentarlo lo llenaba más de fuerzas y lo hacía tener la certeza de que el odio que había ganado en tan buena ley estaba surtiendo más que efecto.

- Como verá mi querido auditorio, al que no tengo el gusto de conocer, el señor Marx, tiene su lacayo, ese mismo que lo ayuda a pagar sus libros y presentaciones, viajes y demás lujos en las mejores ciudades de Europa, con el simple pago de figurar junto a él en los libros de su autoría. Querido tocayo – dijo dirigiéndose a Engels, mientras frenaba con su brazo el ataque de Marx – Todos en este mundo saben que no has escrito nada y que de hecho en poco tiempo cuando Carlitos pase a mejor vida tendrás un discípulo que renegará de sus ideas.

Al terminar su alocución Marx se volvió contra Engels y contrario a lo que todos pensaban, lo abrazó de forma fraternal:

- Amigo mío, mi compañero y fuente de inspiración, tu traición ha demostrado que soy el hombre más odiado de la historia. Puesto que ni su amigo salió a defenderlo. – Marx levantó sus brazos en señal de victoria pero Nietzsche, no se daría por vencido.-

- Si de traiciones hablamos, entonces yo seguramente siempre llevaré la delantera, tanto es así que deberías leer las traducciones de pacotilla en las ediciones de bolsillo que me han hecho. Además el buen Santo Tomás de Aquino, quien ya no está más entre nosotros, me envía sus maldiciones puesto que soy uno de los pocos que se ha dado el lujo de decir que todo lo que escribió no sirve para nada, ¿cuenta usted con el odio de toda una Iglesia y de sus cristianistas sucursales?

Tanto Marx como Nietzsche estaban en una pelea que ya no parecía tener fin alguno, nadie se animaba a mediar para que pudieran darse la mano como dos caballeros y aceptar que ambos, cada uno a su manera eran tan odiados por el mundo que de nada servía pelear por ese título. El bueno de Einstein en vano trata de hacerlos entrar en razón:

- Mis queridos y admirados amigos – dijo Alberto con su voz suave y tierna – dejen de pelear entre ustedes que deberían hoy por hoy estar juntos para recibir las críticas y ser estandartes del pensamiento universal. De nada sirve la pelea de puños, de nada sirve que se odien con tanta fuerza. Además, lamento informarles que, a pesar de ser hoy por hoy uno de los hombres más queridos del planeta, mi teoría jamás pudo ser terminada… y eso me llena de vergüenza y tristeza.

Marx y Nietzsche se volvieron a Einstein y ambos con lágrimas en los ojos corrieron a abrazar al pobre hombre que dejó caer su cuaderno lleno de cálculos y se sentó con la cabeza entre sus manos llorando de manera desesperada.

- Puedo ser amado, admirado y nombrado por miles… pero ninguno de ustedes ha dado nacimiento a tremendo negocio como la famosa “Ley de Atracción” y falsos Gurúes y charlatanes que se llenan la boca con mis frases y sus bolsillos con las ilusiones ajenas. Esto amigos es lo que tanto he temido durante tantos años.

Los tres hombres se abrazaron y de a poco se iban despidiendo del auditorio que de pie, exclamaba:

- Viva Marx, Viva Nietzsche, Viva Einstein – aplaudían y vivaban si cesar y cantaban el nombre de los tres pensadores, pero pronto, un hombre de una vejez marcada por la tristeza y la desolación entró en el auditorio y se puso en medio del escenario improvisado.

-
- Soy Charles Darwin y yo, señoras y señores, soy realmente el hombre más odiado de la historia. ¿Mi pecado? Me gustaría entenderlo… pero un día me animé a decir que todos nosotros descendemos del mono… - Se sacó su sombrero, saludó con una leve reverencia y desde el público bajó un terrible abucheo y hasta alguno, se animó a tirarle alguna botella y tomates podridos por la cabeza.

Finalmente, ni Marx, ni Nietzsche, ni la tristeza de Einstein, pudieron con la fuerza de las palabras de Darwin, quien abucheado abandonó el escenario y volvió a encerrarse en su estudio en busca del eslabón perdido.

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